Cuento de vampiros o el Porqué de la Anemia Cultural de mi pueblo

Estaba más que aburrido de los frutos de capulín. Revolotear entre los chinacos con alas de paraguas negro sólo lo hacía sentirse otro vulgar murciélago. ¡Y ni hablar de las migrañas por dormir colgado de las patas!
Lo que a Víctor le hacía falta era romper con el régimen vegetariano, dormir en su apolillado ataúd y descansar hasta que la noche fuera propicia para sus cacerías por las calles de Tapachula.
Tal vez aún pudiera reconciliarse con Camila y regresar al último piso del vetusto edificio frente al Parque Central. La vista desde aquellos ventanales era algo que ameritaba humillarse un poco y soportar el desdén de la hermosa mujer.

Había llegado al Soconusco en 1911, después de quedarse dormido en el embalaje de una turbina hidráulica, allá en su Hamburgo natal. Seis semanas más tarde estaba del otro lado del Atlántico. La travesía por barco, tren y mula terminó en una finca cafetalera al sur de Chiapas, donde la Pelton sería utilizada para generar electricidad. Los lugareños que abrieron la caja encontraron además de la turbina, un murciélago escuálido que no mataron por lástima o falta de tiempo. Sin miramientos lo arrojaron al suelo, sobre el montón de pulpa fermentada. Después se arrastró como pudo hasta trepar a un árbol cercano. Las bayas dulzonas de los capulines le parecieron un manjar exquisito del que creyó no saciarse jamás. Pero eso fue antes de descubrir la variedad de la sangre humana. En Alemania toda sabía más o menos a embutidos, col agria o cerveza rala. Tapachula con sus indios, mestizos, orientales y europeos ofrecía opciones para toda la semana.

Muchos años después conoció a Camila. Mujer excéntrica e independiente y heredera universal de una familia acomodada, era dueña del edificio más alto de la ciudad. La condición para que las víctimas sobrevivan a una mordida de vampiro es que no sientan miedo. Víctor aprovechó un baile del Día de Muertos en el Country Club para cortejarla sin que su apariencia le delatara. Salieron a tomar el aire fresco y lo que ella consideró una caricia sensual terminó por convertirla en vampiresa e inmortal.

El gusto de su mujer por sangre de artistas, bohemios e intelectuales ha privado a Tapachula de un progreso cultural más notable. Quizá por eso pareciera que sólo los que emigran triunfan. Su última extravagancia consistió en exigirle un chupacabras vivo. Víctor se negó argumentando que arriesgaban su anonimato al acercarse a criaturas rodeadas de tanta publicidad.
– ¿Te imaginas los titulares? “Drácula contra el Chupacabras”. Ridículo. No, patético, impensable. Esta vez me niego.
Por supuesto, la negativa terminó en expulsión del paraíso compartido. Víctor decidió hacer vida de asceta y se marchó a las montañas en autoexilio.

Tres años no son nada para un par de vampiros. Además la buena vida se extraña.
–Tal vez un escritor como ofrenda de paz. O por lo menos un alumno de taller de narrativa –pensó el vampiro mientras aguzando la vista, sobrevolaba la noche tropical.

Al mes siguiente, Camila recostada en un diván se pasaba la lengua por los carnosos labios.
–Víctor querido, los viernes hay tertulia cultural y los sábados salen tarde del café El Volcán. Por esta noche me conformo con un buen lector y una copa de vino. Ya oscureció. Asomémonos al balcón.